viernes, 19 de mayo de 2017

El Asilo Político de Los Caniches de Perón.




Extracto del libro "Espérenme que ya vuelvo" de Teodoro Boot

Fracasada la rebelión de Valle el Suboficial Mayor López fue el anteúltimo en pedir asilo en la embajada de Haití. Se cuadró frente al embajador.

 –Soy suboficial mayor del glorioso ejército argentino. Presté servicios a órdenes directas del general Perón como encargado del destacamento militar de la residencia presidencial.

–Sí, sí –asintió el doctor Brierre–, pero ¿esto?

–Ah –exclamó López dando un tirón a las correas con las que sujetaba a dos pequeños e inquietos caniches. -Son Picha y Canela. El General los debe estar extrañando un montón-

El poeta embajador no entendía qué debía hacer con los perros.

–Ellos también tienen derecho al asilo político –insistió López.

Jean Fernand Brierre era un político, intelectual y diplomático pero no entendía que un suboficial mayor del ejército argentino pedía asilo político para dos perros caniche.

La raza es lo de menos, pensó el doctor Brierre, procurando librarse del menor atisbo de discriminación, mientras trataba de recordar si algún tratado internacional contemplaba una situación semejante.

–Mi país le puede dar asilo político –atinó a decir el doctor Brierre mientras en el franco rostro de López se dibujaba una sonrisa de alivio–… a usted, pero los perros…

–¿Usted no tiene chicos? –preguntó sorpresivamente el suboficial mayor López.

-¿Chicos?-

–Sí, hijos chicos.

–Ah –comprendió el embajador Brierre–. Sí, tres.

–Los perritos son macanudos, ideales para que jueguen los chicos –dijo López con aire de vendedor de tienda–. Además, están muy bien educados. Imagínese, si son del General…

–Pero el derecho de asilo…

–¡Son los caniches del General! –exclamó López–. Si los descubren los gorilas seguro que los fusilan.

El embajador se detuvo, sorprendido. Ese hombre debía estar en lo cierto: un gobierno que fusilaba músicos, carpinteros, colectiveros, ferroviarios y electricistas, era perfectamente capaz de fusilar perros.

–Pase, que le voy a tomar los datos –dijo. Y ante la mirada interrogativa de López, agregó –: Ellos también.

Al día siguiente el doctor Brierre se trasladó a la Cancillería a informar formalmente el otorgamiento de asilo a los refugiados en la embajada, aunque absteniéndose de mencionar a Picha y Canela.

Cuando el 19 de julio el embajador abandonaba definitivamente nuestro país declarado "persona no grata" por el gobierno de Aramburu y Rojas, el socialista Américo Ghioldi que durante dos meses fustigó al poeta haitiano desde las páginas de La Vanguardia anunció exultante que “a los argentinos libres no les sienta bien la presencia del embajador Brierre, cuyas actividades y juicios peronistas hemos puntualizado en un comentario reciente. De modo pues que todos saldremos ganando con el viaje del embajador”.

Pocos días después, un sonriente suboficial López recibía en Caracas a Picha y Canela, los caniches del General. Los había llevado personalmente el doctor Brierre. López abrazó efusivamente al embajador.

–No sabe lo agradecido que le estoy –con lágrimas en los ojos, López se cuadró–. La República de Haití, a la que le debo la vida, puede contar conmigo en cualquier circunstancia. Doctor Brierre, desde ya, estoy a su disposición.

Por un momento, Jean Brierre pensó si la experiencia del suboficial argentino no sería valiosa para el pueblo haitiano, empeñado en una nueva lucha contra una nueva dictadura. Pero desechó la idea rápidamente y se despidió de López, a quien ya no volvería a ver. –Dele mis saludos al presidente Perón –dijo Brierre.

Luego López contó:

"Cuando los llevamos al fin al departamento del General en Caracas, le abrimos la puerta un poquito y largamos a los perritos. Le caían los lagrimones al Viejo, pero los desgraciados no le llevaron el apunte, porque se habían acostumbrado a mí, que los cuidé por mucho tiempo, y se venían conmigo. Después, el general los mandó a pelar, a peinar".

Los perritos bandidos se reencontraron por fin con el Líder, que alivió un poco la pena del exilio.

La perrita Picha falleció en Santo Domingo, donde Perón debería refugiarse luego de verse obligado a escapar de Caracas. Perón pidió una pala y en el jardín del hotel, al pie de un árbol, cavó un pequeño hoyo, depositó el cuerpo de la perrita, lo cubrió de tierra y la sembró con semillas de flores argentinas que el periodista Américo Barrios le había llevado desde Buenos Aires.

Eran, ellos también, sobrevivientes de los fusilamientos del odio gorila. Jean Brierre salvó a 9 peronistas: los siete asilados y los dos perritos. Gloria eterna para él.

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